Una historia de amor torrentoso


Esta es la leyenda del Río Negro, una verdadera historia de amor mapuche. Cuenta el origen del cauce, que nace en Cipolletti de la confluencia del Limay y del Neuquén y atraviesa toda la provincia para descargar sus aguas en el mar.
Un río que forma parte de la vida de los cipoleños y del que también habló Marianela, vecina de General Roca (Fisque Menuco).

UNIDOS HACIA EL MAR
Al pie del cordón andino, en la zona septentrional de las tierras patagónicas, dos muchachos se preparaban para encontrarse y partir, una vez más, de cacería. Se llamaban Neuquén y Limay, los nombres que les habían dado sus padres, dos loncos mapuches. El primero vivía en sus toldos del norte y el segundo más al sur de aquella comarca. Su amistad indestructible los había hecho compartir aventuras por aquellos inmensos parajes, siempre tras los guanacos, para abrigo y alimento de su gente. También se los veía pescando juntos en los lagos y arroyos cristalinos.
Todo entre ellos transcurría armo-niosamente, hasta que en aquella salida los amigos se toparon con una joven desconocida que cantaba cerca de una cascada. “¿Quién eres?”, preguntó Limay, ansioso. “¿Cómo te llamas?”, se desesperó Neuquén. “Raihué…” (capullo en flor, en lengua mapuche), dijo ella, un poco tímida y otro poco divertida al percibir la sorpresa de los muchachos.
Neuquén, haciendo honor al significado de su nombre (atrevido, audaz) fue el primero que se animó, e invitó a la chica de trenzas y ojos negros a conocer el valle. Limay (reflejo de agua clara) fue por más y le ofreció escalar juntos el volcán Lanín. Raihué prometió pensar cuál de las dos ofertas aceptaría y se marchó, dejando a ambos perdidos de amor por ella pero, por primera vez, enfrentados entre sí, envueltos en un sentimiento nuevo muy parecido a los celos y la desconfianza.
Al ver que no podrían seguir viaje en ese estado, resolvieron regresar a sus toldos hasta que la muchachita les hiciera conocer su decisión. Pasaron los días y las noches, y no había noticias de Raihué, pero tampoco encuentro entre los dos jóvenes.
Sus padres, preocupados, consultaron a la machi, quien les explicó lo sucedido y les tradujo el mensaje de los espíritus: debían competir por el amor de la chica cumpliendo un deseo de ella, que era conocer el sonido del mar que guardan las caracolas.
Siguiendo el consejo de la anciana, los loncos pidieron a los dioses que los ayudaran, y éstos decidieron hacer de los muchachos dos cursos de agua para que pudieran alcanzar rápidamente su objetivo.
Así, Neuquén y Limay fueron convertidos en ríos y puestos a correr hacia el océano. El que primero llegara y tomara la caracola sería quien se quedaría con el amor de la joven de largas trenzas.
Pero… Entre los espíritus mapuches había celos, envidias, venganzas, tal como ocurría con los dioses griegos del monte Olimpo. Y en esta ocasión, Cüref, el viento, no había sido consultado por los otros dioses sobre el destino de los muchachos. Su represalia consistió en hablar a Raihué de la locura que producían en el corazón de los hombres las estrellas que caían al mar y se transformaban en mujeres, y en asegurarle que jamás volvería a ver a los amigos. Desesperada, la joven entregó su vida a Nguenechén, a cambio de la salvación y el regreso de sus dos enamorados. El dios supremo aceptó la ofrenda pero convirtió a Raihué en michay, una planta que desde entonces crece en la Patagonia.
El viento, incansable, corrió a la par de Neuquén y Limay, que iban hacia el este, hacia el mar, en busca de la caracola, y les contó que Raihué había muerto de pena. Los dos se abrazaron llorando y, nuevamente juntos, se dejaron llevar hasta el final del camino, fundidos en un solo y luctuoso torrente, el del Río Negro, como lo llamaron los primeros que lo vieron pasar.
* La leyenda la encontramos en la revista Cosas Nuestras.
* La pintura pertenece al artista Juan Carlos Carrilaf.

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